¡Mohamed comienza con fiebre a las 48 horas de venir a casa !
La reflexiva me aconseja respirar profundamente, paso a paso, día a día. Lo primero el test y después...cuando lleguemos a ese río pasaremos ese puente. -¡Maldito mindfulness!
El hombre propone y el virus dispone, es la lección de la pandemia. No planes, no mañana, no futuro. Todavía pendiente del concierto de Tahúres Zurdos desde el 2020. El supermegafabuloso regreso de Tahúres, que buen disgusto me costó por el
engaño en la compra de las entradas - ¡A precio Bruce Springsteen! - me recrimina la cabeza respondedora.
Domingo tiene el compromiso de, si omicrón u otros avatares hacen de las suyas y no llego viva, llevar mis cenizas al concierto. La desgarradora voz de Aurora Beltrán, a la que conocí cuando formaba parte de Belladona y ya no dejé de seguir, me ha acompañado en cientos de viajes en coche, en cientos de momentos sublimes. Por ella estuve un tiempo usando el perfume Angel de Thierry Mugler, hasta que las infinitas copias del producto me hicieron aborrecerlo ¡lo que aprendes del mundo de la farándula!
Finalmente la cabeza juiciosa gana y no entro en pánico. Los días se hacen cortilargos, según se mire, parece que no llega nunca el día de las vacaciones pero antes de que me de cuenta estaré de vuelta.
De hecho ¡ Ya estoy de vuelta!. Cuando empecé esta entrada estaba en mi mente recordar la Nochevieja a lo largo de mi vida.
En mi infancia, San Silvestre, fecha esperada como el acontecimiento mundial más importante en mi vida. Cumpleaños de mi abuela Silvestra. Reunión multitudinaria de tíos, primos, hermanos. Follón de preparativos, las mujeres cocinando, los hombres fumando y bebiendo, los niños revolviendo desvanes y cuadras, inventando juegos y disfraces. Preparando actuaciones, chistes, mejor picantes o escatológicos - ¡Adiós Lupita...cagona! - canciones - Soy la muchacha más hermosa, más elegante, coqueta y caprichosa que ha llegado de París para saludarles a ustedes así- momento crucial de guiño de ojo pintarrajeado y elevación pícara de la falda.
Sin horarios ni control. Todos juntos.Todos revueltos. Los grandes cuidan a los pequeños, los pequeños vigilan a los mayores y mi abuela, primorosa, luciendo su pelo blanco recién permanentado en la peluquería de la Julia, lo que le llevaba toda la mañana y parte de la tarde. Entiendo ahora que con los que éramos y la que montábamos, tenía la disculpa ideal para desaparecer unas horas del bullicio casero. Ocho hijos, todos casados, todos prolíficos. El sitio y momento ideal para los infantes.Todo era posible. No había ascos ni remilgos, compartíamos camas, juegos, villancicos y sueños.
Cuando falleció la abuela Silvestra todo terminó. Nadie se atrevió a ofrecer su casa para tal despropósito. El recuerdo en mi memoria como días mágicos.
En la adolescencia, Nochevieja era el "todo es posible" . Esperaba y preparaba su llegada como la noche más especial del año. Cuidaba de prepararme, engalanarme, encontrar un outfit , que diría hoy mi hija, sorprendente, estrenar ropa o coger prestado algo a mis hermanas, que era lo más frecuente. Ahora no entiendo ese afán adolescente de impresionar porque en Covaleda en Nochevieja, hacía un frío de c...... y era imposible desprenderse del abrigo y poca ocasión de lucirse en el salón del ayuntamiento abarrotado de gente fumando sin parar. Empujones , pisotones, apretones y miradas vigilantes de ansiosas cotillas implacables controlando el grado de manoseo y acercamiento a tu pareja de baile.
Terminábamos huyendo y recorriendo bares, también abarrotados, que servían ginebra de garrafón en vasos repletos de virus , en la época no covid, y manchados de pintalabios.
El final apoteósico tenía lugar en la discoteca construída a las afueras del pueblo. Era la última en cerrar y el lugar de cobijo de los inquebrantables trasnochadores. Al amanecer quitaban la música y mientras te adaptabas dolorosamente a la luz de la mañana, disimulando el pisar trastabillado de origen enólico, en el pegajoso suelo lleno de bebidas derramadas, y seguro que de escupitajos de algún desaprensivo, jurabas que - sólo he bebido tónicas- ante las risas ahogadas de tus amigos.
Una de las últimas Nocheviejas que recuerdo, subía el empedrado trayecto desde la discoteca hasta casa, abrazada a Enrique, no recuerdo si por el frío o por los traspiés secundarios a una noche llena de tónicas.
Enrique, estudiaba en Zaragoza y me iba contando, mientras yo elucubraba si ese momento del amanecer sería la hora bruja en la que mi madre no me oiría entrar, siempre claro, que pudiera subir las escaleras y encajar las llaves en la cerradura dignamente, que antes de las vacaciones había visto la película de ET, el extraterrestre. Me contaba el argumento mientras señalaba con el dedo, un cielo todavía indeciso de luz y repetía - mi casa, mi casa... teléfono- Nos entró la risa floja, la tonta y la medio pensionista,tuvimos que prolongar el paseo para calmarnos mientras repetíamos incansablemente como cotorras - mi casa... teléfono -
En cuanto llegué a Madrid, uno de mis primeros objetivos fue ir a ver la película. Cuando ET con su luminoso dedo pronuncia - casa... - me puse a llorar inconsolablemente. Nostalgia, morriña, melancolía, Nochevieja, mi casa, mi casa, lejos mi casa... yo también quería extender el dedo y volver al hogar.
ET es la primera película en la que lloré. Después...después he llorado mucho.
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