Avanza la pandemia, aumentan los casos, los contactos, los posible, los imposibles y los por si acaso. Las restricciones llegan tarde.
¡Salvad la Navidad!
Planes, cenas, celebraciones, viajes programados, pagados, ganados, merecidos. Nadie quiere volver a la casilla de salida. Nadie, salvo los de siempre. Los que vamos de oca en oca, de puente a puente, avistando el abismo. Atrapados en el tiempo, en este invierno largo y carente de abrazos, besos, achuchones. Busco la marmota que prediga el final. El miedo ha desaparecido. Los supervivientes de las sucesivas olas imaginamos un halo de inmunidad y privilegio.
Me preparo un sucedáneo de porro, con efecto placebo y mientras fumo -mi vida yo consumo- pienso en el disco de Veneno, que junto con el de Triana -Hijos del agobio- marcó un año loco de mi vida estudiantil.
Escuchaba en bucle ambos discos, mientras contemplaba aquella portada temeraria permitida por una impúber democracia, mostrando una tableta de hachís con la palabra VENENO grabada. Años después, el disco es considerado una obra maestra del pop nacional y descubro -maldito google que destripa todas las incógnitas - que la portada original, fue censurada por interpretarse como una apología de las drogas. Me parecía atrevida y sólo era una versión light de la real. Como el porro ficticio que consumo.
Veneno y su sonido me transporta a Marruecos y sus colores.
Marruecos y sus olores.
Marruecos y sus sabores.
Y Marruecos me lleva a Mohamed.
Mohamed, doce años, apátrida, llega a nuestra casa con sus ojos profundos asustados, sus rizos encabritados y su morena piel alerta a cualquier murmullo. Su miedo, nuestro miedo, su incertidumbre y la nuestra, qué difícil de cuantificar.
Los inicios son duros. Hay que agradar y encajar en una familia ajena, extraña, desconocida, que puede ser rara, bondadosa o estar llena de locos. Intentar agradar, encontrarte, reconocerte en un nuevo sitio y que los demás te reconozcan.
Sabemos poco de su vida, de su corta vida en residencias de menores, escasas frases, la más usada -Me da igual- Incapaz de expresar si le gustan las cosas frías o calientes, la carne o el pescado, los perros o los gatos. - Me da igual - responde siempre. No molestar, no inquietar, no disgustar, no importunar, no fastidiar, no estorbar. No ser. O ser un NADIE - que cuestan menos que la bala que los mata-
Destaca en matemáticas- me iban a poner sobresaliente pero me porté mal-
portarse mal significa que respondió aireado a un compañero que le llamó - puto moro de mierda- él, pierde el sobresaliente y el compañero ni siquiera una amonestación.
Y pienso qué razón tiene Asaari Bibang, cuando habla del antirracismo activo.
Cuando encuentra el momento nos comenta que se ha duchado con agua fría - no entiendo los mandos - pero ¿Qué tienen los pobres en la cabeza?
Queda curso por delante. Queda tarea.
Se apaga el porro.
Busco el disco de VENENO con la portada que yo admiraba y la original. Me quedo con la censurada, la original es demasiado explícita.
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