"A Manuel, Reme y Nieves por nuestros tortuosos cruces de caminos"
Hacer el Camino tiene su parte mística, atea, religiosa, ociosa ... y mucho de moda.
Mola decir los Km. realizados, el calor, frío, lluvia sufridos y el tamaño de las ampollas en los pies de los gilipollas. Los más listos te contarán que usaron linimentos prodigiosos y zapatillas ultramegaespeciales, y el camino fue como flotar en un campo de algodones.
Soy humana y nada de lo humano me es ajeno -Homo sum, humani nihil a me alienum puto- Me encanta lo de puto. Me sumo a la moda del Camino.
El real y auténtico, el que te da bula y paso directo al cielo, del que puedes fardar y poner en el currículum, es el Camino a pie. El verdadero. Tengo el debate en mi cabeza bicéfala. Muero de miedo hacerlo sola ( viene a mi mente la americana asesinada) y Domingo no puede caminar tanto.
El punto intermedio es la moto. Domingo adora montar en moto y yo, de paquetillo, ulceraré mi culo pajarero como ofrenda a Manuel, al que llevo clavado como estaca mortífera en el corazón, a Reme que la lleva en su pecho izquierdo y a Nieves que ayer mismo tuvo que desviar su camino y comenzar una ruta dura y pedregosa.
Salimos de Madrid en plena ola de calor histórica. Domingo me pincha un Omalizumab en cada brazo para ir servida. Sigo con la medicación a la que añado corticoides porque he comenzado a empeorar. Ni me planteo llevar nada de mi cuerpo al aire o me quemaré como San Lorenzo en la parrilla y mi sacrificio no es tan grande.
No llevamos una hora de camino y el Lorenzo aprieta, pero no ahoga. No he calculado que al subirme en la moto cuatro impúdicos cms de mi pierna quedan expuestos. Paramos. Tengo que rebuscar en la bolsa de viaje de pinypon el protector solar que elegí en forma de spray, lo que me obliga a desordenar el complicado rompecabezas que Domingo encajó milimétricamente por la mañana. Me impregno y rocío todo lo que me rodea, pantalón, guantes, zapatillas y hasta a Domingo que se ha puesto a tiro.
Voy sudando a chorro. Podrían escurrime. Podría tirarme al suelo y decir que me ha sentado mal la medicación. Me entra un miedo imposible -No voy a ser capaz-
Media botella de agua después me acomodo en la moto y me dejo llevar.
Ir en moto es practicar mindfulness sin remedio. No puedo dormir, ni comer, ni beber, ni leer, ni tan siquiera usar el móvil. Hay que estar pendiente del ambiente y sobre todo del conductor, acoplarte a él en cada curva y hacer notar tu presencia frecuentemente, para que no te pierda en cualquier bache sin enterarse.
Ir en moto es un festín para los sentidos en toda su intensidad. Formas parte del paisaje, lo ves, lo hueles, lo oyes, lo sientes.., tan cerca, tan intenso, tan dentro, que me quito el guante para acariciarlo y notar la densidad del aire, su calor, su humedad, y su bamboleo vertiginoso cuando nos cruzamos con un camión, que me obliga a agarrarme fuertemente al asiento.
Ir en moto por carretera secundarias, es descubrir paisajes insospechados, pueblos abandonados de los que nunca oirás hablar, poblados por olvidados habitantes, que no imaginas cómo sobreviven tan lejos de la urbe, centros comerciales y tecnología punta. Pero que mantienen campos impecablemente sembrados y olorosas granjas primorosamente cuidadas.
Ir en moto es entender un lenguaje de signos y un respeto en la carretera que es difícil explicar. Extender la mano para saludar cuando te los cruzas... o parar en bares frecuentados por motoristas.
Ir en moto...crea adicción.
Domingo de vez en cuando se levanta del sillín y convulsiono con mi equilibrio. Cuando conseguimos conectar con los intercomunicadores que hemos comprado para este viaje y que por tanto ni nos ha dado tiempo a probar, me informa que este levantamiento repentino del sillín, es una práctica frecuente en los motoristas varones, para airear los cataplines. Con la que cae y por la frecuencia de sus levantamientos debe estar escocido.
Pasamos Guadalajara con su calor sofocante, sus áridos paisajes y sus sorprendentes fiestas. Atravesamos Uceda, cuya página web informa de la suspensión de sus fiestas patronales en honor de la virgen de la Varga - menudo nombre - a causa de la pandemia, pero nos encontramos con la carretera abarrotada por gente huyendo como alma que lleva el diablo por un toro "escapao", al parecer el encierro de la Charcuela, tradición centenaria, no se suspende. No vamos a entrar en detalles ni en pedir la opinión al toro y su encerrona, pero por poco atropellamos a un despistado que por mirar al toro, no miró la carretera...
El susto requiere parar en el siguiente pueblo civilizado y sin fiesta taurinas. Imposible en territorio nacional. Mezclar tradición, toros, vírgenes y santos ...un no parar. Al menos en Cogolludo, la fachada del Palacio de los Duques de Medinaceli ( por dentro por mucho interés y pasión que pone el guía sólo hay ruinas, lo que nos lleva a un ejercicio de imaginación y viaje al pasado) nos proporciona un momento de paz y belleza. Con la ayuda claro, de una botella de agua fría y de desprenderme momentáneamente de la pesada y antitranspirable cazadora de cuero...
Con los ojos todavía maravillados, el estómago aliviado por un frugal bocata a la sombra de una ermita, y una pequeña siesta al amparo de la virgen, nos embarcamos en el último trayecto del primer día.
Camino Soria ....
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