No me acuerdo de mis habones.
Vengo a visitar a Concepción. Hace un mes que oncología derivó a cuidados paliativos.
Hace unas semanas que no la veo - maldito COVID. Está muy deteriorada. Me sorprendo. Siempre me sorprende el cambio brutal que produce la enfermedad, el cáncer, el final... Ha perdido peso, parece mayor. Es como si en estas semanas, todo el peso de la enfermedad hubiera caído sobre sus ojos. Tristes y entornados. Casi no se levanta del sillón, ese sillón que su marido acolcha con una manta de punto beige. Arrinconada entre la pared y la mesa. Ni siquiera cerca de la ventana. En penumbra y en silencio. Hasta la tele, eternamente conectada en todos los domicilios que asistimos, está oscura.
Se inhala tristeza. Se mastica dolor y pena. Mucha pena. Es difícil comprender y aceptar que la "nacionalidad " dolorosa de la enfermedad que te ha tocado llevar lleve dos nombres, Esclerosis Múltiple y Cáncer de mama galopante.
Parcas palabras, pocas preguntas. Un deseo, que se me quite todo esto.
Silencio.
Advierto en la mirada de tu marido que claudica, que desfallece, que no puede... pero tu voz queda, que me obliga a acercarme para escucharte y a apartarte la mascarilla de la boca, sale fuerte y rotunda cuando proponemos el traslado a un hospital de cuidados continuos- eufemismo de cuidados paliativos-
¡NO! El primer NO es un grito, el segundo NO es una súplica.
Silencio.
Siento que no la volveré a ver. Que el lunes cuando llegue paliativos, será trasladada. Que su marido no podrá más. Y ella no tendrá fuerzas para decir NO.
Memorizo la foto de una Concepción joven y radiante que preside el mueble del salón. Memorizo la enciclopedia de la salud que adorna la librería. Pretendo llevarme en las cosas que encuentro en su casa, una parte de su alma, para poder recordarla.
Unas lágrimas quedan retenidas en la mascarilla -Puto COVID- mientras desciendo en el ascensor.
No me acuerdo de mis habones.
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