viernes, 5 de febrero de 2021

FILOMENA


 Filomena, pasa
 por Madrid y la tiñe de blanco. La sorpresa y belleza de la nieve virgen del primer día iluminó nuestro espíritu. Niños con mascarillas empapadas modelando narigudos  muñecos.
Bolas descabaladas por los aires.
Locas carreras en improvisados trineos derrapando intrépidamente por las calles más  empinadas del pueblo, convertidas  ahora en pistas de esquí. Gozo y disfrute que  se convierte en un caos pocas horas después en una ciudad convulsa y multitudinaria como es Madrid.

Primero la COVID, luego la urticaria, más tarde la borrasca, y anoche unas ladinas y pérfidas  ronchas que asoman coquetamente por tu  cuerpo. 

¡Ay,carita  de luna llena! La vida es un no parar. La realidad se impone tozuda y te recuerda machaconamente que "no somos nada" y menos con este cuerpo, y menos con esta piel que habito.

Pasa Filomena y pasa San Sebastián, 20 de Enero, ilustre fecha en Brunete que honra con gran boato, despliegue de eventos y  solemne desfile  de autoridades políticas, eclesiásticas, sociales y de rancio abolengo a su santo patrón. 

El año pasado la procesión, camino a la ermita,  con toda su ilustre corte, banda de música, banderas ondeantes y uniformes beneméritos, me sorprendió paseando a Milka con mis habituales pintas caseras  de chándal casposo y zapatillas  rastreras.
Entonces no sospeché la importancia de este lugar en mis rutinas confinatorias.

Este año no hubo procesión.

La entrada a la ermita está presidida por una imagen del santo impresa en  coloridos azulejos. Un San Sebastián con cara de pocos amigos y un hombro dislocado, secuelas de una mala planificación del maestro artesano, contrasta con la talla del santo que preside la capilla, un  hermoso y amanerado joven con la mirada perdida y  el cuerpo atravesado por una bandera de España, cual Miss Verbena engalanada para  las fiestas del pueblo.
Nunca sabré el  origen de la devoción por este mártir en Brunete. Asaeteado y apaleado  por el ejército romano en el año 288, y actualmente  icono gay. Pero además acabo de descubrir que la tradición cristiana lo convirtió en un protector de todo lo relativo a la piel. PIEL, HE OÍDO PIEL. 

Ya tengo patrón. Mi piel tiene protector. Factor extrem. Con flechas y todo.
-¿Dolerán tanto sus heridas como  mis habones?

Durante el confinamiento, el único paseo que me permitía el ánimo y las autoridades competentes, era el descampado que rodea la ermita. Alguien decidió cerrar el parque de perros ! 

Cada noche, observaba la inmutable paz de la capilla, la lenta descomposición de los claveles rojos y blancos a los pies  del santo, el pan bendito  colgado en la rama de olivo disimulando  su putrefacción, y sobre todo, sobre todo, la infinita manada de mosquitos revoloteando infatigables alrededor de la lámpara del techo. 
Cada día imaginaba el confinamiento involuntario de todos esos mosquitos y sus posibilidades de supervivencia. ¿Se comerán el pan, los claveles, el olivo seco o la banda del santo?. Contarlos se convirtió en una obsesión. En los últimos días me costaba visualizar alguno volando. 
- Así terminaremos todos - pensaba - si esto dura mucho. Como los mosquitos. 
¡Qué irónico! Algunos ni siquiera creen que exista el  virus.
 
La rutina y familiaridad con el santo termina en plegarias y súplicas nocturnas por la dolorosa y prolongada situación pandémica. 
-Cuida  a Francisca - 
-Salva a Mariano-
Y ahora , cuando ni sabemos sobre qué ola estamos montados, tenemos a Fernando. El más joven, el más grave...
-Salva a Fernando, salva a Fernando, salva a Fernando !

Alguien limpió la ermita y retiró las mustias flores.
Alguien ha vuelto a llevar flores frescas y pan bendito.
Alguien ha vuelto a confinarnos.
No han cerrado el parque de perros, pero me asomo cada noche a contar mosquitos y calcular supervivencias.
-Así terminaremos todos. 

Seremos otros. Después de esto, seremos otros. Como personas, como sociedad, como humanidad. Humanidad compartida.
-¡Salva a Fernando! 




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